"En los niños la mente está en su pureza nativa, pues ellos no tienen ningún sentido de "lo mío". |
Una vez, Jesús levantó a un niño y, acariciándolo, lo llevó sobre su hombro. Los niños son inocentes ángeles. Pero cuando crecen, empiezan a desarrollar deseos. Los deseos llevan a la codicia, al orgullo, al odio, a la maldad, a la envidia; así, se pierde la paz y en su lugar se instalan el temor y la ansiedad. Para recobrar la paz y la alegría de la infancia, el hombre lucha con medios tortuosos que lo hunden siempre más profundo en el cieno. ¿Puede la búsqueda a ciegas llevarlos a la meta? ¿Puede curarse la enfermedad con sólo sostener el frasco de medicina en la mano? ¿Puede matarse a la serpiente dando golpes en su guarida?. La paz y la alegría pueden ser obtenidas sólo al comprender que ellas son la propia naturaleza de uno. Cuando vienen al mundo, no tienen ningún deseo por el placer sensorial; cuando salen del mundo, tampoco tienen esa sed. ¿Por qué sufrir de ella entre el nacimiento y la muerte?. No permitan que el deseo los esclavice y les oculte la meta.(1)
La causa básica de todas las ansiedades y calamidades que afectan al hombre es la envidia. La envidia se ve invariablemente acompañada por el odio. Ambos son villanos gemelos. Son pestes venenosas. Atacan a las raíces mismas de nuestra personalidad. Un árbol puede estar cubierto de flores y frutos, pero cuando las larvas comienzan a atacar y corroer sus raíces, no les será difícil imaginar lo que le sucede a todo su esplendor. Incluso al admirar sus bellas flores podremos ver cómo se marchitan, cómo se caen sus frutos y comienzan a amarillear las hojas, para ser luego barridas por el viento. Por último, hasta el árbol mismo se secará, morirá y se derrumbará. Del mismo modo, cuando la envidia y el odio infectan el corazón y lo corroen, por muy inteligente y educado que sea el hombre, terminará por caer. Se convertirá en un enemigo de la sociedad. Se tornará en blanco de burlas, porque habrá dejado de ser humano. Al final, hasta sus amigos más íntimos lo abandonarán y se volverán sus enemigos. Perderá el respeto de su comunidad y no atraerá ni la elemental cortesía de los demás. Terminará pasando el resto de sus días de manera miserable. No hay enemigo que pueda ser más insidioso que la envidia o los celos. Cuando se observa a una persona con mayor poder, poseedora de mayor conocimiento, mejor reputación, más riquezas o más belleza o incluso mejor vestida, uno se llena de envidia. Encuentra difícil reconocer o aceptar la situación. La propia mente busca los medios para denigrarla y rebajarla en la estimación de los demás. Estas inclinaciones y malas tendencias jamás deberían echar raíces en la mente de los estudiantes o de la gente con educación. No deberían llegar a contaminar su carácter. Deben aprender a sentirse felices y llenos de alegría cuando a otros se les aclame como buenos y se les respete por sus virtudes y por los ideales que defienden. Deben cultivar la amplitud de miras y la pureza de motivos. Deben mantenerse siempre vigilantes para que no llegue a poseerles el demonio de la envidia. Con toda seguridad este demonio destruirá todo lo valioso que haya en ellos. Arruinará su salud y dañará su aparato digestivo. Les robará el sueño, absorberá su fortaleza física y mental, y les reducirá a un estado de destrucción crónica. El alabarse uno mismo y denigrar a otros representa algo igualmente letal. El tratar de ocultar la propia vileza y maldad, poniéndose una máscara de bondad, el justificar los errores y exagerar los logros, también son rasgos ponzoñosos. Igualmente venenoso es el ignorar lo bueno en los demás y buscar con ahínco sólo sus defectos. Deberán de mantenerse siempre alertas respecto de sus sentimientos y reacciones. Deberán mantener alejados de sus mentes al egoísmo, la envidia, la ira, la codicia y todas las tendencias malévolas similares. Todas ellas no constituyen sino redes para atrapar a las personas. Estos vicios arrasan con la santidad del hombre y la someten para que ya no pueda influir en él. La persona se olvidará de quién es y actuará como un individuo alienado, atrapado por la locura. Parloteará según se lo dicte su lengua, sin considerar para nada los buenos o malos efectos que pueda producir. Empleará sus manos en el trabajo que éstas le dicten. La envidia no se detiene únicamente en esta serie de perjuicios. Nos lleva también a solazarnos en escandalizar a otros. Este es un mal actualmente muy difundido entre la juventud. Es algo que nace naturalmente en ella, ya que representa un signo de la ignorancia. Para liberarse de este hábito, uno deberá dedicarle algún tiempo a explorar la mente y a identificar y examinar los defectos que puedan haber encontrado un asidero en ella. Uno deberá rezarle a Dios para que le salve de esta tendencia. Cuando uno llegue a ganarse la gracia de Dios, podrá estar seguro de que estos absurdos hábitos no podrán ya deformar su carácter. Es ésta la razón por la cual no ceso de repetir que "los ojos que buscan el mal, los oídos que prefieren el mal, la lengua que ansía el mal, la nariz que se deleita en lo nauseabundo y las manos que se dedican al mal, son todas cosas que hay que evitar". Cualquier persona que muestre algunas de estas características también deberá ser eludida. En caso contrario, nuestro futuro podrá ser desastroso. Más que ninguna otra cualidad, necesitan fe en sí mismos. La ausencia de confianza en uno mismo marca el comienzo de la ruina y el desastre, y el mundo de hoy los está enfrentando justamente por haber perdido esta confianza.(2) Hoy día, el cinismo y la incredulidad se han extendido mucho. Hay una ola de negligencia y de pereza que arrastra a nuestra gente. A cada palabra que se pronuncia le atribuyen diez significados, y ninguno de ellos es el correcto. Cuando se menciona un tema, comienzan una serie de argumentos y contraargumentos, y el polvo que se levanta oculta la verdad. Su vida es principalmente artificial, los ideales son estrechos, y así, la Divinidad está fuera de su alcance.(3) Tenemos que moldearnos a fin de convertirnos en instrumentos adecuados para la peregrinación espiritual. Hay cuatro clases de personas: las que advierten sus defectos y las virtudes de los demás (las mejores), las que hacen resaltar sus virtudes y también las de otros (las medianas), las que prestan atención únicamente a sus virtudes y las virtudes de otros (las malas), y las que exhiben sus defectos como virtudes y las virtudes como defectos (las peores). Cada uno puede descubrir por sí mismo a cuál grupo pertenece. Sólo recuerden esto: Cuando alguno anhela conocer al Todo, al Sagrado, al Amor, al Alma, a Bhagavan, ha de prepararse para formar parte del primero y el mejor de los grupos, al advertir sus defectos y observar sólo las virtudes de los demás. Este es el sadhana más deseable.(4) |
(1)Mensajes de Sathya Sai - Vol. VI - Bhagavan Sri Sathya Sai Baba - Prashanti Nilayam, 23-5-67 - Pag. 48 -
|
DIOS ES AMOR
INOCENCIA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario